Serie: | NA |
Editoras: | Biblioteca Ayacucho |
Géneros: | Poesía |
Autoría: | Ramón Palomares |
Páginas: | 388 pages |
Tags: | Poesía venezolana |
Language: | Español |
Dueño: | Biblitoeca Celso Medina |
Notas extras: | NA |
VOZ ORIGINAL que acentúa la belleza y la riqueza del idioma castellano es la de Ramón Palomares. Voz de un elegido llamado a devolverle a la palabra “la preciosidad de su esencia y al hombre la morada para que habite en la morada del Ser”, como dijese Heidegger[1]. Voz que desanda y depone lo preconcebido -ideas, imágenes, palabras... - porque ha advertido que lo importante es hacer presencia, alcanzar a ser inundado por ella para que acaezca el misterio y se manifieste el silencio inminente de las cosas.
Voz extraña y sencilla destinada a ensanchar el horizonte de la poesía venezolana del siglo XX y a resonar en las dos orillas del Atlántico. Extraña en virtud del acento profético, cabalístico y mágico que el poeta le imprime. Y sencilla, porque el arduo trabajo lingüístico al que se entrega Ramón Palomares, en pos de la reconstrucción del universo a través del lenguaje, parte de su necesidad de nombrar su lar, su paisaje primigenio -y lo primigenio y esencial que se revela en las voces que arrastra el viento entre los pueblos andinos de Venezuela.
Palomares se propuso aquilatar las voces de esa gente, aquilatar el sonido de lo vivo que allí palpita, convencido de que la fuerza del poema radica en que éste suscita en nuestro oído un puente para alcanzar el alma. Quizá por ello haya escrito Hanni Ossot que cuando somos tocados por una realidad, cuando una realidad se ha de hacer presencia en nosotros, ocurre una transformación en la mirada, ocurre que “la mirada hacia lo exterior y lo interior se aúnan hacia la escucha más profunda"[2].
La preocupación de Palomares por hacer posible que tanto el alma como el paisaje encuentren expresión más allá del lenguaje estructurado del poema, a saber, en otra instancia, en una instancia donde poema y vida sean una sola cosa y donde, esencialmente, la vida sea experiencia del oído y del ojo; tal preocupación, decíamos, se convierte en obsesión y, por sobre todo, en misión de vida y en misión creadora. El poeta es enfático en señalar: “El oído tiene mucho más efectividad que el ojo"[3], aseveración emparentada con las del filósofo francés Gaston Bachelard: “Oír es más dramático que ver” y “El hombre un ‘tubo sonoro’. un ‘junco parlante"[4].
Importa dejar establecido, en virtud de acceder de manera nueva y de la forma más legítima posible al problema de la mirada en la obra de Palomares, que su insistencia en invitarnos a agudizar nuestra capacidad de escucha, convencido como está de que gracias al oído podemos acceder a otros niveles de la realidad, lo conduce a supeditar y condicionar la visión. Digamos que el poeta asume como urgencia el acto de oír para poder luego levantar su voz o hacer escuchar la voz de los otros, de los paisanos de Boconó, Chejendé, Betijoque, Escuque y demás poblados de los Andes; pero no menos cierto es el hecho de que en sus poemas no es explícita la tarea que cumple el ojo, no porque Palomares desdeñe el poder de éste, sino que comulga con el relato de sentido bíblico y originario, según el cual cuando la luz se esparce sobre el mundo para descubrirnos sus maravillas, lo primero que hace el poeta no es ver sino escuchar voces. Toda visión nos trae una voz que debemos escuchar. (...)
Fuente: letras-uruguay.espaciolatino.com.