En el silencio y la penumbra de su taller, el arquero va construyendo los arcos y flechas. Las flechas existen porque existe el mundo y el mundo puede ser mirado por el ojo del arquero. Lanzar su dardo vertiginoso, intuitivo, silente, al objetivo, es el modo en el que el arquero muestra las pequeñas parcelas del mundo en los que el mundo entero está contenido. Y esta es la tarea a la que el arquero dedica su tiempo, su atención, su fijeza ver el mundo entero en cada impacto de sus flechas. Clavarse en el objetivo es su modo de mirar. El arquero rememora y aprende de los maestros de la poesía oriental, de su contención, de sus enseñanzas y trata de utilizarlas con respeto, es decir tratando de no convertirse en un mal remedo de aquellos, sino en puerta abierta, camino de paso para su luz en un mundo propio, un mundo con su propio acento. Flechas, miradas, pequeños textos que enmarcan las imágenes por las que el mundo se muestra.