Crónicas de I.

Crónicas de I.

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Serie: Poesía
Editoras: Editorial Pre-Textos
Géneros: Poesía
Autoría:
Páginas: 91 pages
ISBN 13: 9788418178283
Tags: Poesía española
Language: Español
Dueño: Biblioteca Jordi Doce.
Notas extras: NA

TERESA SOTO. CRÓNICAS DE I. II PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MARGARITA HIERRO. FUNDACIÓN CENTRO DE POESÍA JOSÉ HIERRO. EDITORIAL. EDITORIAL PRE-TEXTOS.

La primera pregunta que nos surge al acercarnos a este libro tiene que ver con lo que significa esa enigmática «I», del título. ¿Es, quizá, la letra inicial de un territorio personal, vedado para el lector? Confieso que durante la lectura del libro esta idea, la asistir a la narración del contacto primero con una civilización lejana —cuyo monte Ruhui («Dicen que creció de un viento. // A saltos de aire / se formaron las lomas») simboliza el templo y la divinidad que en él habita—, no solo espacialmente, se ha asentado en mi imaginario argumental, idea que, sin embargo, se ha visto revocada al llegar al final de Crónicas de I. Un anexo que incluye el poema «Whereas», de la poeta y artista de Oglala Lakota (Dakota del Sur) Layli Long Soldier despeja el enigma. En dicho poema afirma que la I es «una vocal / un hablante / se refiere / a sí mismoa / denota un narrador / de obra literaria / escrita / en primera persona». Según esto, Crónicas de I es más una exploración de carácter íntimo a través de la toma de conciencia de la realidad, una indagación en la propia esencia del yo que una aventura de reconocimiento de un espacio exterior, aunque la secuencia versal parezca expresar, desde el primer verso, precisamente esto, el descubrimiento de lo ajeno, de lo desconocido, claro que, si leemos con atención, dicho descubrimiento corre parejo, es simultáneo, al proceso de revelación interior. Abrirse a lo exterior, salir de sí mismo es una especie de bumerang que derriba los muros del yo. Según lo dicho, esa I iconográfica simboliza el mundo privado, el ego, un ego que se expande a medida que el lenguaje franquea los límites de su dominio: «Doy cuenta de los primeros hallazgos que hicimos al llegar aquí». Con este primer verso, Teresa Soto (Oviedo, 1982), inicia la reconstrucción de una realidad que ofrece múltiples aristas, innumerables perspectivas, pero esta reconstrucción, pese a que no desdeña el carácter narrativo del discurso —participa incluso de esa especie de notas a pie de página que pormenorizan algún significado—, pertenece al ámbito de la lírica, puesto que lírico es el tempo de la revelación. Soto penetra en las entrañas del yo de la misma forma que una arqueóloga hace catas en los restos paleolíticos de una caverna: «Un arpón. / Una aguja. / Algo similar a una pala pero de mango corto. / A menudo de hueso. Casi nunca tallado». Aún no ha encontrado palabras para describir su estado, ¿su perplejidad? El proceso de autoconocimiento se desarrolla con parsimonia. No es capaz de entender su significado, la lengua original, «no lograba sacar sentido de aquello» porque necesita un periodo de readaptación. La novedad deslumbra, pero también asusta, y novedoso, pero también pavoroso, es el encuentro con lo foráneo, aunque esté dentro de nosotros. Hay presencias tutelares casi invisibles que, como las figuras que modelan los devotos —«Hacían una figuras que colocaban en las casas», escribe Soto—, gobiernan nuestros actos desde un altar o desde la pasión del conocimiento, un afán de conocimiento que afianza el espíritu de conquista y atraviesa líneas de demarcación: «No hay que pensar / salvo su ser este mundo». Muchos son los referentes simbólicos que desgranan es buceo interior, como los pájaros azules que entraban y salían de los pozos o thruhimes: «Eran deseos por / cumplir, decían, / aquellos pájaros», ese fruto negro que parece brotar del árbol de la ciencia, que no debe comerse «O si se come, sea sólo / una vez» o el cristal rosado, un objeto que representa «la divinidad más alta», del que se obtienen todo tipo de favores, solo demostrables gracias a la fe, y a la superstición. Entramos así en el terreno de la obediencia  y del temor, temor a lo desconocido, lo que está más allá de nuestra percepción. Obediencia a leyes o normas que se superponen a las propias, aunque resulten enigmáticas o se sepa que están embellecidas artificialmente: «Aun con lengua que abre y cuenta, / el no entenderse  / es como cristal de hielo púrpura al derretirse / que parece una cosa y es otra». Teresa Soto explora su conciencia como si fuera un agrimensor. Mide la superficie, el contorno, traza líneas imaginarias, establece demarcaciones, límites que la precaución invita a no traspasar, pero esta excesiva vigilancia provoca resistencia. El yo en rebeldía necesita salir de esa cárcel colectiva, pese a que la presión externa —de naturaleza social— para que se doblegue sea intensa (puede haber enfermado de el llamado mal blanco), «Y no es mal sino deseo de otra cosa / que no acierto a decir». Crónicas de I es un libro complejo escrito, sin embargo, con un lenguaje sencillo, meramente informativo en muchos momentos, pero tras esa aparente sencillez esconde un proceso de análisis riguroso de la construcción del yo en relación con el entorno, con los otros, con la historia. Esa reconstrucción, gradualmente desarrollada en poemas no muy extensos, llega, tal vez por el efecto gravitatorio de los acontecimientos, a un punto de no retorno. No cabe ya mayor desnudamiento emocional. Es preciso desandar lo andado. Abandonar la que, durante un tiempo, fue tierra nueva. Partir hacia otros lugares, ya que, al parecer, la partida «es cosa simple: / dos lugares y un salir». Como se entrevé, no hay una transición violenta. La propia disposición versal, los encabalgamientos, las elipsis o el discurso fragmentado responden a un estudiado propósito de mitigar la incertidumbre, la desubicación vital que atenaza al ser humano. Todo un logro constructivo.

Fuente: carlosalcorta.wordpress.com.

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