Todos los poetas están en el cielo. Enrique Molina subió siguiéndole los pasos a Javier Villafañe. De los más destacados poetas argentinos. Molina está considerado por Julio Ortega y Guillermo Sucre, como una de las voces mayores de América. En el año de 1978, Monte Ávila Editores publicó su Obra Poética. Las cosas y el delirio, Pasiones terrestres, Costumbres errantes o la redondez de la Tierra, Amantes antípodas, Las bellas furias, Fuego Libre, Monzón Napalm y algunos recientes e inéditos poemas componen este volumen que recoge la Obra Total... Obra extraña, sin progreso, es decir sin deterioro. Nace de la obsesión, de un “estado de furor” donde la comunicación se produce, no a través de conceptos, sino por la primacía de la imagen en sus varios y desvariantes efectos... en esta extraordinaria aventura de la expresión... Momento lúcido y difícil de la escritura cuando se unen en vértigo la intuición del autor y la matriz insondable del idioma. Vértigo, a su vez encadenado entre poesía y realidad, al que se refirió Octavio Paz: “la poesía de Molina, como un cuchillo, no describe, se hunde en la realidad”. En este ámbito la Tierra y la Mujer se hacen objetos de adoración; la Realidad y el Deseo conviven en un diálogo interminable; la naturaleza no es mágica, pero aparece como por arte de magia en un ojo que la exalta... Todos esos elementos se ven liberados del hábito del “subjetivismo”: Enrique Molina inauguró para ellos un lugar inédito dentro de la poesía argentina. De ahí también la importancia y el reconocimiento internacional de su obra...
Fue traductor junto a Oliverio Girondo de Una Temporada en el infierno de Rimbaud. Uno de sus últimos libros Hacia una isla incierta, fue merecedor del Premio de Poesía Pérez Bonalde, en el año de 1993. Enrique Molina estuvo muy vinculado a nuestro poeta Juan Sánchez Peláez.
Fuente: antoniomiranda.com.br.