Iniciar la lectura de Marina Tsvietáieva –una obra mayormente compuesta desde el exilio, la tristeza, la tragedia rusa, los campos de concentración– me llevó a la pregunta tan repetida sobre la concepción del arte... ¿Es el sufrimiento la clave del buen poeta? Aquel que tuvo una vida muy sufrida, ¿es de hecho mejor poeta que aquel que la vivió con felicidad?
Ciertos autores me hacen pensar que sí. Tarkovsky, por ejemplo. El espejo, es de una belleza difícilmente superable.
La obra de Marina Tsvietáieva es monumental. El libro cuya tapa adjunto posee “Poema de la montaña”, “Poema del fin”, y “Carta de año nuevo” (inspirada en la muerte de Rilke).
Su vida y obra, (ambas son una, se confunden, los acontecimientos exteriores –lo que llaman “vida”– pasan a ser acontecimientos interiores, y posteriormente obra) fue marcada a fuego por la hambruna de su infancia, la guerra civil, su posterior exilio, el marido fusilado, su hija y hermana en un campo de concentración, y finalizada con su suicidio a los cuarenta y ocho años.
Es probable que para la mayoría todo lo que escribí haya sido en vano. Pero en algún recoveco de mí percibo que, al menos en cuanto al sentimiento que me oprime, estoy yendo por el camino correcto de la poesía.
Ignacio Javier Olguin.
